Cuarto
CAPITULO
Acabo
de terminar las pruebas para el equipo de volley. Me siento
diferente, me da impresión de que lo he hecho bien. Tal vez entro en
el equipo.
Estoy
sentada en el campo de voleibol, cogiendo piedras y dejando que
caigan. Al caer parecen una cascada.
-¡Rubia,
no estamos en el parque, ve a los vestuarios a cambiarte!- me grita
el entrenador. Lo miro con una cara de que me importe poco lo que me
ha dicho y sigo con las piedras.
La
verdad es que no he entrado en los vestuarios con las demás que han
hecho la prueba porque quiero tener intimidad.
-¿No
me has oído?¡Que vayas a cambiarte!- me sigue gritando. Y yo le
ignoro.- Tengo a las cinco y media otra prueba, ¡quieres ir ya a
cambiarte!
Sigo
sentada contando piedras.
-¡La
prueba es de chicos, y son mayores que tú!- me vuelve a gritar. ¿Se
puede saber que intenta?- ¡Aquí no es que se cumplan las normas,
¿sabes?!- acabo de captar el mensaje.
Miro
mi reloj. Son las cinco y cuarto. Tengo quince minutos para ducharme,
cambiarme y desaparecer. Mierda.
-¡Mira
niña!- me grita mientras se acerca.
-Lo
he captado. Ya me voy.- le digo levantándome.
Cuando
llego al vestuario las pocas chicas que quedan ya se están yendo. Y
eso significa una cosa: intimidad.
Me
desnudo y meto la ropa usada en una bolsa que meto en la taquilla
veintidós, donde tengo la toalla y la muda. Cojo la toalla y me
dirijo a las duchas. El agua está fría, me sobresalto pero aguanto
dentro sin importarme la temperatura del agua. Al salir me invade una
sensación de alivio, no hay nadie en los vestuarios, además lo he
pasado mal con el agua fría, tengo la piel de gallina. Me enrollo la
toalla alrededor del cuerpo y miro el reloj. Corro hacia la taquilla
en la que tenía la ropa. Son menos veinticinco. Me visto lo más
rápido que puedo y salgo de los vestuarios con el pelo mojado y el
cepillo en la mano.
El
entrenador tenía razón, vienen hay el campo de voleibol. Quiero
esconderme pero no sé dónde, y además me verían.
Son
muy altos, me deben de sacar dos cabezas.
Intento
andar rápido pero estoy cansada. Soy estúpida. Consigo andar un
poco más rápido de lo que iba sin que me domine el cansancio.
Se
acercan. Estoy apunto de pasar por el lado. Ya. Ya está. No, se han
parado. Sigo adelante sin parar.
-Eh,
¿qué hace una chica tan pequeña como tú por aquí?- me dice uno.
No le miro y sigo hacia adelante.
-¿Tienes
miedo enanita?- me pregunta otro.
No
aguanto más y me giro. Ahora no sé que decir.
Uno
de los chicos se acerca a mí. Es rubio, lleva el pelo hacia arriba y
tiene los ojos verdes. Lleva una camiseta de tirantes blanca y unos
pantalones cortos grises.
Quiero
irme, pero me quedo inmóvil.
-Se
dice hola.- me dice agachándose. Los otros chicos se ríen. Parecen
idiotas.
Se
levanta y se va.
-También
se admite lo que uno es, que en tu caso gilipollas.- le grito
enfadada. Los chicos que iban con él se ríen. Él se gira hacia a
mí.
-¿Cómo
una chica como tú puede decir esas barbaridades? Ya deberías estar
acostada.- me dice. Los otros vuelven a reírse. No sé quien es más
estúpido, si él por decirlo o ellos por reírse.
-Ya
deberías estar acostado tú con tu madre.- le suelto con una falsa
sonrisa.
-¡La
pequeñina tiene carácter!- grita uno de ellos. Después se van
entre risas. El chico rubio se queda mirándome y después se va con
los demás.
Yo
doy media vuelta y sigo con mi camino. Es mi tercer día en la
academia y ya tengo un enemigo.
La
música me desahoga, me relaja, me separa de todo. Estoy empezando a
olvidarme de todo por unos instantes. Estoy completamente relajada, y
eso me gusta. Me quito los auriculares un momento y vuelvo a la
realidad.
Son
las ocho y cinco. Me he quedado dormida.
Me
levanto rápido de mi cama y corro a por el peine. Llego tarde a la
prueba de Ben y ni siquiera sé dónde se hace.
Miro
mi móvil. Tengo trece llamadas perdidas, y son todas suyas. Corro
hacia las escaleras mientras le llamo lo más rápido que puedo.
Estoy
corriendo sin saber a donde voy, y estoy exhausta, habré
decepcionado a Ben, no soy una buena novia, pero peor aún, no soy
una buena amiga, me he dormido sin que me importase nada.
No
puedo más.
Y.
Me.
Caigo.
Abro
los ojos y lo veo todo blanco, parpadeo para ver mejor y veo a un
chico y a una chica mayores que yo. No les presto atención y me
le-vanto, o al menos lo intento, porque no me quedan fuerzas.
Voy
a decir algo pero tampoco puedo hablar. No puedo creer que me esté
pasando esto, mis ojos se cierran contra mi voluntad y me quedo
inmóvil. No puedo creerlo.
Esta
vez me despierto en otro lugar, las paredes son blancas y las
baldosas brillan, estoy en una cama, y hay más camillas a mi
alrededor. Me quito un paño mojado de la frente y levanto mi tronco
para observar la sala. Miro mi reloj, son las nueve y media de la
mañana, ¿qué me ha pasa-do? ¿y dónde estoy?
Se
me acerca alguien y me hago la dormida rápido, quiero descansar y
pensar qué me ha pasado.
Me
pone el paño en la cabeza con suavidad y me acaricia el pelo. La
intriga me invade. Me encantaría saber quién es pero no quiero
quedar como una mentirosa que finge estar mal ante alguien que me
trata tan bien así que permanezco con los ojos cerrados. Empiezo a
oír ruidos, son pasos. Se abre la puerta de la habitación.
-¿No
deberías estar en clase?- oigo decir a una voz masculina, parece un
adulto, será un médico. La mano de la persona que me estaba
acari-ciando el pelo para de hacerlo y se va. ¿Quién es? Quiero
abrir los ojos aunque solo sea por un momento, pero oigo pasos cerca
de mí, el doctor se acerca.- Vamos a ver que te pasa y a averiguar
por qué no despiertas.- dice en voz baja. Seguramente piensa que
nadie lo está escuchando. No debería haberme hecho la dormida.
Estoy
pensando en despertarme, o al menos fingirlo.
Abro
los ojos lentamente simulando que me despierto y me estiro.
-Buenos
días Eveline.- me dice el médico.
Me
giro rápido hacia él y finjo que no sé donde estoy mirando hacia
ambos lados y al techo.
-Te
desmallaste y ahora estás en el hospital.- me continúa diciendo.
-¿Cuándo
saldré de aquí?- le pregunto con la voz cansada.
-Cuando
te recuperes del todo.- me dice- pero tranquila, solo has perdido un
día de escuela, y no parece que te pase nada grave.
Me
siento aliviada por unos instantes.
-¿Alguna
vez te has desmayado?- me pregunta, vuelvo a estar nerviosa y
preocupada. Sí, si que me he desmayado varias veces en mi vida,
aunque no me había vuelto a desmayar desde hace dos veranos. No
quiero volver a los desmayos, me prohibían hacer muchas cosas. No sé
si decirle la verdad al médico, me da miedo que me vuelvan a
prohibir ir a sitios, o simplemente salir sola a la calle.
-Pues...-
le digo, no sé qué decirle, pero si no se lo digo viviré en una
mentira.- la verdad es que estaba muy cansada y había dormido poco.-
no sé a dónde quiero llegar.
-Está
bien Eveline, ¿pero alguna vez te has desmayado?- me vuelve a
preguntar. Le voy a decir la verdad.
-Sí.-
suspiro, ahora vendrá un gran interrogatorio y me arrepentiré de
haber dicho la verdad.
-Y,
¿normalmente por qué causas te desmayas?- el interrogatorio ha
empezado, estoy pensando en responderle de manero cortante, así se
sentirá incómodo y puede que deje de hacer preguntas.
-Cansancio.-
le respondo sin ninguna emoción en mi cara.
-¿Cuándo
fue la última vez que te desmayaste? aparte de ayer.
-Hace
dos años que no me desmayaba así que no tendrá importancia.- le
digo. Me siento un poco irritada, no quiero que pase nada malo.
-¿Me
podrías dar más detalles?- me pregunta. Estoy irritada, aunque más
que eso lo que estoy es asustada.
Tiemblo,
empiezo a temblar de miedo. Consigo tragar saliva y contestar a la
pregunta del médico.
-Solía,
solía desmayarme en la piscina.- noto que se me empiezan humedecer
los ojos. Está volviendo a pasar, no quiero, no quiero. Tiemblo más
que antes.-Al pasar mucho tiempo nadando me pasaba, perdía el
conocimiento y me ahogaba.- las últimas palabras las digo tragándome
las lágrimas.
-Tal
vez se deba a tu forma física Eveline.- me dice.
-No,
pensé que si dejaba de hacer deporte mis desmayos se irían, pero
no, han vuelto.- le explico llorando, ya no puedo pensar, no puedo
controlarme y rompo a llorar.
El
médico se va y me deja sola, llorando. Empiezo a hacerme la idea de
que mi intento por tener una nueva vida está fracasando. Me mirarán
con cara de pena, me tomarán por una chica inofensiva e indefensa y
pensarán que no puedo hacer nada sola, es más, Ben me tratará de
forma diferente y Rob será un extraño para mí.
Mis
lágrimas cesan tras un rato y me doy cuenta de que puede que
estuviese delirando, puedo guardarlo en secreto, es más, voy a
hacerlo, espero no desmayarme cuando esté con alguien importante
para mí.
Me
encuentro mucho mejor que cuando me desperté, saldré de este
hospital en breve.
Me
levanto y me dirijo hacia la puerta, voy decirle lo que pienso al
doctor. En mi camino me encuentro con camillas vacías, al parecer
soy la única que ha estado aquí. Abro la puerta y busco al doctor.
Me encuentro en un pasillo vacío con sillas azules, todas están
vacías. Camino descalza hacia la puerta que tengo en frente y la
abro.
-¿Qué
haces aquí Eveline?- me pregunta al verme.
-Ya
me encuentro mejor y sé lo que me pasa así que, ¿me puedo ir?- le
pregunto en voz baja.
-Aún
no.- me responde.
-¿Cuándo?-
le pregunto impaciente.
-No
lo sé, si me lo has contado es verdad, podrías irte en media hora,
pero tienes que comprometerte a una cosa.- me dice. Me comprometeré
a lo que sea para salir de este hospital.
-Está
bien, ¿a qué me tengo que comprometer?- le pregunto con
im-paciencia.
-Tendrás
que venir una vez cada dos días a partir de mañana.- me dice. Me
quedo inmóvil.
-¿Por
qué?- no me lo puedo creer, voy a tener sesiones de hospital cada
dos días.
-La
mayoría de los desmayos de las chicas de tu edad ocurren por
anorexia, hablarás con una experta y ella descubrirá lo que te
pasa.
-¿Pero
usted está loco o que le pasa?- le digo irritada.- ¡No soy una de
esas chicas que solo se preocupan por su imagen!- le grito. Me ha
mo-lestado muchísimo que me tome una chica anoréxica.
-Puedes
irte Eveline, te espero mañana a las seis.- me dice sin hacerle caso
a mi comentario.
Cierro
la puerta de un portazo y me voy.
En
el comedor reina el bullicio de siempre. Me he sentado con Ben,
Maddy y Austin, les he dicho que ayer me caí y que perdí el
conocimiento pero que no era nada grave.
-¡Eveline!-
me grita Ben.
-¿Qué?-
le pregunto desorientada.
-Te
he llamado cuatro veces, estás al lado mío y no has reaccionado,
¿qué te pasa? ¿es por lo de la caída?- me pregunta acercándose a
mí cari-ñosamente. Me trata genial, y no quiero perderlo.
-Es
que...- le digo. No sé si decirle la verdad pero no puedo seguir
porque me calla con un beso. Me acaricia el pelo y después se separa
de mí bruscamente. Ahora estoy ardiendo, me arde el cuello, la cara,
y posi-blemente esté roja. Esto sudando.
-Lo
siento.- me dice. No le respondo, estoy tan nerviosa que no pue-do
hablar, Ben ya me había besado antes pero esto es distinto, ahora
estamos delante de gente, delante de mucha gente.
No
miro hacia ningún lado, le miro sólo a él. Acerco mi mano hacia su
cuello y lo acerco a mí lentamente. Él vuelve a acariciarme el pelo
y me besa, me dejo llevar, no me importa quién me vea, solo me
importa él.
Cuando
nos separamos veo a medio comedor mirando hacia noso-tros. El calor
vuelve y tengo la cara roja.
-¿Qué
miráis todos? ¿Es que nunca habéis visto un beso?- les grita
Maddy. La mayoría de la gente aparta la mirada de nosotros rápido,
algunos tardan un poco en reaccionar.
Me
giro hacia mi plato y agacho la cabeza mientras como.
-Gracias.-
le susurro a Maddy antes de tomarme la tercera cucharada de mi caldo
de pollo. Ella no me responde, pero sé que lo ha oído. Sonrío para
mis adentros al estar más relajada.
Tras
terminar mi plato me levanto sin decirle nada a nadie y me voy. Al
salir del comedor siento frío, miro al cielo y veo nubes muy
oscuras, hoy va a haber tormenta, no me lo parecía esta mañana pero
ahora estoy completamente segura. Aunque me podría caer agua en
cualquier momento me voy caminando a la residencia sin prisa. No paro
de pensar en los desmayos, yo también me trato a mí misma de manera
diferente. Mientras los demás no lo sepan no pasará nada, pero no
sé si el doctor se lo contará a alguien, no le dije que lo guardase
en secreto y me fui furiosa de allí. Camino viendo las plantas, los
árboles y todo lo verde de la academia. Me cae la primera gota y
dejo que mis ojos dejen caer una lágrima una lágri-ma. Sigo
caminando sin prisa a pesar de que empieza a llover más y no tengo
nada para cubrirme. Cada gota nace en lo más alto del cielo, es
independiente, pero empieza a caer y a caer hasta que se desvanece
cayendo a la acera como todas las demás y siendo una más. Pero la
gota aguanta en el suelo, por mucho que la pisoteen espera a
evaporarse y a volver a ser la más alta de todas las gotas una vez
más. Pero las lágrimas salen de los ojos, caen por las mejillas,
que se enrojecen, y se quedan con todos nuestros males en el asfalto
mojado, hasta que desparecen y se convierten en gotas, en las gotas
que te caen en los ojos por
casualidad. Empieza a
diluviar pero sigo sin prisas, aunque tengo frío y estoy empapa-da,
es un momento único, estoy sola.
Sigo
caminando helada, hoy no era el día más indicado para ponerse
pantalones cortos y una camiseta de tirantes.
Oigo
pisadas en el suelo, son rápidas y salpican. Alguien debe de estar
corriendo hacia a su habitación, la verdad es que solo es agua, la
necesitamos para vivir, y, sin embrago, huimos de ella cuando nos
moja.
Oigo
a alguien correr hacia mí pero antes de que me pueda girar a ver de
quién se trata me envuelve una chaqueta.
-¿Qué
mierda te pasa? ¿No ves que está diluviando?- me grita Ben
intentando darme calor con su chaqueta.- Estás empapada.
-Tranquilo,
solo es agua.- le digo quieta e intentando abrigarme con el calor de
su chaqueta.
-Vas
a acabar resfriada.- me dice.
-Voy
a mi residencia.- le digo como si me hubiesen regañado.
-No,
mejor vamos a la mía, está más cerca.- me dice tomándome por la
cintura. Caminamos juntos, agarrados el uno al otro hasta que
llegamos. Ben abre la puerta de la residencia y me invita a pasar con
la mano. Entro y me lleva al salón de la residencia. Me quito mis
zapatillas antes de entrar para no destrozar el parqué y las dejo en
un lado del felpudo. El salón está vacío. Ben se acerca a la
chimenea y la enciende con unas cerillas. Des-pués se quita la
camiseta. Mi corazón se acelera.
-Eveline,
pasa.- me dice. Entro y me acerco a la chimenea para calen-tarme.
-¿Quieres
algo de comer?- me pregunta. ¿Qué? Hemos comido hace media hora.
-No.-
le digo con la voz un poco ronca.
-¿Tienes
frío?- me pregunta. Es muy considerado conmigo, y eso e gusta, pero
no quiero que se moleste en mí.
-No.-
le miento.
-Sí,
si tienes, estás tiritando.- me dice sentándose junto a mí.
-Bueno,
un poco.- le digo. Él me abraza para darme calor.
-¿Mejor?-
me pregunta.
-Sí,
pero podría estar mejor.- le digo lanzándole una indirecta para que
me bese.
-¿Sí?
¿Cómo?- me pregunta. ¿No lo ha pillado? Es increíble. Des-pués
me dice- ¿Así?- y me besa, yo le acaricio el pelo y apego su boca a
la mía, no quiero que se separe de mí. Bajo mis manos hasta su
cintura acariciando su espalda desnuda y dejando que él me acaricie
el pelo a mí.
Al
fin, tenemos un rato a solas.
Cuando
nos separamos tengo la respiración acelerada. Quiero seguir, pero
noto que si seguimos así llegaremos a algo más que besos y
caricias. Me contengo y consigo que mi respiración y mis pulsaciones
vuelvan a la normalidad. Ben hace lo mismo. Me da un beso corto y
después se levanta y se va.
Me
quedo sola en el suelo del salón de la residencia y noto frío, pero
no tanto como cuando llegué, ya no estoy mojada.
Me
levanto del suelo y me acerco a su camiseta para olerla. Me gusta su
olor.
Vuelvo
a dejar la camiseta de Ben donde estaba y salgo del salón a
buscarlo. Me lo encuentro a mitad de camino, viene con dos jarras
chocolate caliente. Me acerco y cojo una.
-¿No
estamos en Verano?- le pregunto extrañada por el chocolate.
-Mañana
acaba,- me dice- y mira como está el tiempo.- señala la ven-tana.
Me acerco y observo la lluvia mientras sorbo el chocolate, observo
los pavimentos mojados, las gotas cayendo por la ventana,
resbalándose las unas con las otras e intentando entrar en la
residencia, me siento refugi-ada, el salón de la residencia de Ben
parece un lugar de lo más acogedor para pasar el Otoño y el
Invierno.
-¿Cuándo
crees que dejará de llover?- le pregunto volviendo con él.
-No
lo sé, pero mientras tanto, nos tenemos el uno al otro.- me dice
antes de besarme.
Dejo
mi chocolate y el suyo en la una mesa y me tiro encima suya
haciéndonos caer en el sofá.
Él
me vuelve a besar agarrándome por la cin-tura. Siento su respiración
e mi cuello. Cierro los ojos y me dejo llevar una vez más.
Al
abrir los ojos ya no estoy con él, tengo una mata encima, sigo en la
residencia de Ben, en el sofá donde cerré los ojos por última vez.
Me quito la manta de encima y me levanto. Ya no se oye la lluvia.
Estoy
descalza. Busco mis zapatillas por el salón pero no están allí, al
rato recuerdo que las había dejado en el felpudo antes de entrar. Al
ir a por ellas veo a Ben en el pasillo, él también me ve.
-Te
quedaste dormida mientras, ya ves.- me explica al verme som-nolienta.
Bostezo y después le digo.
-Debería
irme a la residencia, es tarde.- le digo atándome los cor-dones de
los zapatos.
-¿Quieres
que te acompañe?- me pregunta. Me levanto con cansancio y le digo:
-No
hace falta, ya me voy yo.
-Pero-
empieza a decir antes de que cruce la puerta, no vuelvo para ver como
termina su frase, no me hace falta, me puedo ir yo sola a la
resi-dencia.
Al
cabo de un rato noto frío así que aligero el paso, no sé porque
antes he dejado que me cayese la lluvia y no he ido más rápido para
no mojarme, ahora no le veo el sentido.
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