miércoles, 4 de septiembre de 2013

CUARTO CAPITULO


Cuarto CAPITULO

Acabo de terminar las pruebas para el equipo de volley. Me siento diferente, me da impresión de que lo he hecho bien. Tal vez entro en el equipo.
Estoy sentada en el campo de voleibol, cogiendo piedras y dejando que caigan. Al caer parecen una cascada.
-¡Rubia, no estamos en el parque, ve a los vestuarios a cambiarte!- me grita el entrenador. Lo miro con una cara de que me importe poco lo que me ha dicho y sigo con las piedras.
La verdad es que no he entrado en los vestuarios con las demás que han hecho la prueba porque quiero tener intimidad.
-¿No me has oído?¡Que vayas a cambiarte!- me sigue gritando. Y yo le ignoro.- Tengo a las cinco y media otra prueba, ¡quieres ir ya a cambiarte!
Sigo sentada contando piedras.
-¡La prueba es de chicos, y son mayores que tú!- me vuelve a gritar. ¿Se puede saber que intenta?- ¡Aquí no es que se cumplan las normas, ¿sabes?!- acabo de captar el mensaje.
Miro mi reloj. Son las cinco y cuarto. Tengo quince minutos para ducharme, cambiarme y desaparecer. Mierda.
-¡Mira niña!- me grita mientras se acerca.
-Lo he captado. Ya me voy.- le digo levantándome.
Cuando llego al vestuario las pocas chicas que quedan ya se están yendo. Y eso significa una cosa: intimidad.
Me desnudo y meto la ropa usada en una bolsa que meto en la taquilla veintidós, donde tengo la toalla y la muda. Cojo la toalla y me dirijo a las duchas. El agua está fría, me sobresalto pero aguanto dentro sin importarme la temperatura del agua. Al salir me invade una sensación de alivio, no hay nadie en los vestuarios, además lo he pasado mal con el agua fría, tengo la piel de gallina. Me enrollo la toalla alrededor del cuerpo y miro el reloj. Corro hacia la taquilla en la que tenía la ropa. Son menos veinticinco. Me visto lo más rápido que puedo y salgo de los vestuarios con el pelo mojado y el cepillo en la mano.
El entrenador tenía razón, vienen hay el campo de voleibol. Quiero esconderme pero no sé dónde, y además me verían.
Son muy altos, me deben de sacar dos cabezas.
Intento andar rápido pero estoy cansada. Soy estúpida. Consigo andar un poco más rápido de lo que iba sin que me domine el cansancio.
Se acercan. Estoy apunto de pasar por el lado. Ya. Ya está. No, se han parado. Sigo adelante sin parar.
-Eh, ¿qué hace una chica tan pequeña como tú por aquí?- me dice uno. No le miro y sigo hacia adelante.
-¿Tienes miedo enanita?- me pregunta otro.
No aguanto más y me giro. Ahora no sé que decir.
Uno de los chicos se acerca a mí. Es rubio, lleva el pelo hacia arriba y tiene los ojos verdes. Lleva una camiseta de tirantes blanca y unos pantalones cortos grises.
Quiero irme, pero me quedo inmóvil.
-Se dice hola.- me dice agachándose. Los otros chicos se ríen. Parecen idiotas.
Se levanta y se va.
-También se admite lo que uno es, que en tu caso gilipollas.- le grito enfadada. Los chicos que iban con él se ríen. Él se gira hacia a mí.
-¿Cómo una chica como tú puede decir esas barbaridades? Ya deberías estar acostada.- me dice. Los otros vuelven a reírse. No sé quien es más estúpido, si él por decirlo o ellos por reírse.
-Ya deberías estar acostado tú con tu madre.- le suelto con una falsa sonrisa.
-¡La pequeñina tiene carácter!- grita uno de ellos. Después se van entre risas. El chico rubio se queda mirándome y después se va con los demás.
Yo doy media vuelta y sigo con mi camino. Es mi tercer día en la academia y ya tengo un enemigo.

La música me desahoga, me relaja, me separa de todo. Estoy empezando a olvidarme de todo por unos instantes. Estoy completamente relajada, y eso me gusta. Me quito los auriculares un momento y vuelvo a la realidad.
Son las ocho y cinco. Me he quedado dormida.
Me levanto rápido de mi cama y corro a por el peine. Llego tarde a la prueba de Ben y ni siquiera sé dónde se hace.
Miro mi móvil. Tengo trece llamadas perdidas, y son todas suyas. Corro hacia las escaleras mientras le llamo lo más rápido que puedo.




Estoy corriendo sin saber a donde voy, y estoy exhausta, habré decepcionado a Ben, no soy una buena novia, pero peor aún, no soy una buena amiga, me he dormido sin que me importase nada.
No puedo más.
Y.
Me.
Caigo.
Abro los ojos y lo veo todo blanco, parpadeo para ver mejor y veo a un chico y a una chica mayores que yo. No les presto atención y me le-vanto, o al menos lo intento, porque no me quedan fuerzas.
Voy a decir algo pero tampoco puedo hablar. No puedo creer que me esté pasando esto, mis ojos se cierran contra mi voluntad y me quedo inmóvil. No puedo creerlo.
Esta vez me despierto en otro lugar, las paredes son blancas y las baldosas brillan, estoy en una cama, y hay más camillas a mi alrededor. Me quito un paño mojado de la frente y levanto mi tronco para observar la sala. Miro mi reloj, son las nueve y media de la mañana, ¿qué me ha pasa-do? ¿y dónde estoy?
Se me acerca alguien y me hago la dormida rápido, quiero descansar y pensar qué me ha pasado.
Me pone el paño en la cabeza con suavidad y me acaricia el pelo. La intriga me invade. Me encantaría saber quién es pero no quiero quedar como una mentirosa que finge estar mal ante alguien que me trata tan bien así que permanezco con los ojos cerrados. Empiezo a oír ruidos, son pasos. Se abre la puerta de la habitación.
-¿No deberías estar en clase?- oigo decir a una voz masculina, parece un adulto, será un médico. La mano de la persona que me estaba acari-ciando el pelo para de hacerlo y se va. ¿Quién es? Quiero abrir los ojos aunque solo sea por un momento, pero oigo pasos cerca de mí, el doctor se acerca.- Vamos a ver que te pasa y a averiguar por qué no despiertas.- dice en voz baja. Seguramente piensa que nadie lo está escuchando. No debería haberme hecho la dormida.
Estoy pensando en despertarme, o al menos fingirlo.
Abro los ojos lentamente simulando que me despierto y me estiro.
-Buenos días Eveline.- me dice el médico.
Me giro rápido hacia él y finjo que no sé donde estoy mirando hacia ambos lados y al techo.
-Te desmallaste y ahora estás en el hospital.- me continúa diciendo.
-¿Cuándo saldré de aquí?- le pregunto con la voz cansada.
-Cuando te recuperes del todo.- me dice- pero tranquila, solo has perdido un día de escuela, y no parece que te pase nada grave.
Me siento aliviada por unos instantes.
-¿Alguna vez te has desmayado?- me pregunta, vuelvo a estar nerviosa y preocupada. Sí, si que me he desmayado varias veces en mi vida, aunque no me había vuelto a desmayar desde hace dos veranos. No quiero volver a los desmayos, me prohibían hacer muchas cosas. No sé si decirle la verdad al médico, me da miedo que me vuelvan a prohibir ir a sitios, o simplemente salir sola a la calle.
-Pues...- le digo, no sé qué decirle, pero si no se lo digo viviré en una mentira.- la verdad es que estaba muy cansada y había dormido poco.- no sé a dónde quiero llegar.
-Está bien Eveline, ¿pero alguna vez te has desmayado?- me vuelve a preguntar. Le voy a decir la verdad.
-Sí.- suspiro, ahora vendrá un gran interrogatorio y me arrepentiré de haber dicho la verdad.
-Y, ¿normalmente por qué causas te desmayas?- el interrogatorio ha empezado, estoy pensando en responderle de manero cortante, así se sentirá incómodo y puede que deje de hacer preguntas.
-Cansancio.- le respondo sin ninguna emoción en mi cara.
-¿Cuándo fue la última vez que te desmayaste? aparte de ayer.
-Hace dos años que no me desmayaba así que no tendrá importancia.- le digo. Me siento un poco irritada, no quiero que pase nada malo.
-¿Me podrías dar más detalles?- me pregunta. Estoy irritada, aunque más que eso lo que estoy es asustada.
Tiemblo, empiezo a temblar de miedo. Consigo tragar saliva y contestar a la pregunta del médico.
-Solía, solía desmayarme en la piscina.- noto que se me empiezan humedecer los ojos. Está volviendo a pasar, no quiero, no quiero. Tiemblo más que antes.-Al pasar mucho tiempo nadando me pasaba, perdía el conocimiento y me ahogaba.- las últimas palabras las digo tragándome las lágrimas.
-Tal vez se deba a tu forma física Eveline.- me dice.
-No, pensé que si dejaba de hacer deporte mis desmayos se irían, pero no, han vuelto.- le explico llorando, ya no puedo pensar, no puedo controlarme y rompo a llorar.
El médico se va y me deja sola, llorando. Empiezo a hacerme la idea de que mi intento por tener una nueva vida está fracasando. Me mirarán con cara de pena, me tomarán por una chica inofensiva e indefensa y pensarán que no puedo hacer nada sola, es más, Ben me tratará de forma diferente y Rob será un extraño para mí.
Mis lágrimas cesan tras un rato y me doy cuenta de que puede que estuviese delirando, puedo guardarlo en secreto, es más, voy a hacerlo, espero no desmayarme cuando esté con alguien importante para mí.
Me encuentro mucho mejor que cuando me desperté, saldré de este hospital en breve.
Me levanto y me dirijo hacia la puerta, voy decirle lo que pienso al doctor. En mi camino me encuentro con camillas vacías, al parecer soy la única que ha estado aquí. Abro la puerta y busco al doctor. Me encuentro en un pasillo vacío con sillas azules, todas están vacías. Camino descalza hacia la puerta que tengo en frente y la abro.
-¿Qué haces aquí Eveline?- me pregunta al verme.
-Ya me encuentro mejor y sé lo que me pasa así que, ¿me puedo ir?- le pregunto en voz baja.
-Aún no.- me responde.
-¿Cuándo?- le pregunto impaciente.
-No lo sé, si me lo has contado es verdad, podrías irte en media hora, pero tienes que comprometerte a una cosa.- me dice. Me comprometeré a lo que sea para salir de este hospital.
-Está bien, ¿a qué me tengo que comprometer?- le pregunto con im-paciencia.
-Tendrás que venir una vez cada dos días a partir de mañana.- me dice. Me quedo inmóvil.
-¿Por qué?- no me lo puedo creer, voy a tener sesiones de hospital cada dos días.
-La mayoría de los desmayos de las chicas de tu edad ocurren por anorexia, hablarás con una experta y ella descubrirá lo que te pasa.
-¿Pero usted está loco o que le pasa?- le digo irritada.- ¡No soy una de esas chicas que solo se preocupan por su imagen!- le grito. Me ha mo-lestado muchísimo que me tome una chica anoréxica.
-Puedes irte Eveline, te espero mañana a las seis.- me dice sin hacerle caso a mi comentario.
Cierro la puerta de un portazo y me voy.




En el comedor reina el bullicio de siempre. Me he sentado con Ben, Maddy y Austin, les he dicho que ayer me caí y que perdí el conocimiento pero que no era nada grave.
-¡Eveline!- me grita Ben.
-¿Qué?- le pregunto desorientada.
-Te he llamado cuatro veces, estás al lado mío y no has reaccionado, ¿qué te pasa? ¿es por lo de la caída?- me pregunta acercándose a mí cari-ñosamente. Me trata genial, y no quiero perderlo.
-Es que...- le digo. No sé si decirle la verdad pero no puedo seguir porque me calla con un beso. Me acaricia el pelo y después se separa de mí bruscamente. Ahora estoy ardiendo, me arde el cuello, la cara, y posi-blemente esté roja. Esto sudando.
-Lo siento.- me dice. No le respondo, estoy tan nerviosa que no pue-do hablar, Ben ya me había besado antes pero esto es distinto, ahora estamos delante de gente, delante de mucha gente.
No miro hacia ningún lado, le miro sólo a él. Acerco mi mano hacia su cuello y lo acerco a mí lentamente. Él vuelve a acariciarme el pelo y me besa, me dejo llevar, no me importa quién me vea, solo me importa él.
Cuando nos separamos veo a medio comedor mirando hacia noso-tros. El calor vuelve y tengo la cara roja.
-¿Qué miráis todos? ¿Es que nunca habéis visto un beso?- les grita Maddy. La mayoría de la gente aparta la mirada de nosotros rápido, algunos tardan un poco en reaccionar.
Me giro hacia mi plato y agacho la cabeza mientras como.
-Gracias.- le susurro a Maddy antes de tomarme la tercera cucharada de mi caldo de pollo. Ella no me responde, pero sé que lo ha oído. Sonrío para mis adentros al estar más relajada.
Tras terminar mi plato me levanto sin decirle nada a nadie y me voy. Al salir del comedor siento frío, miro al cielo y veo nubes muy oscuras, hoy va a haber tormenta, no me lo parecía esta mañana pero ahora estoy completamente segura. Aunque me podría caer agua en cualquier momento me voy caminando a la residencia sin prisa. No paro de pensar en los desmayos, yo también me trato a mí misma de manera diferente. Mientras los demás no lo sepan no pasará nada, pero no sé si el doctor se lo contará a alguien, no le dije que lo guardase en secreto y me fui furiosa de allí. Camino viendo las plantas, los árboles y todo lo verde de la academia. Me cae la primera gota y dejo que mis ojos dejen caer una lágrima una lágri-ma. Sigo caminando sin prisa a pesar de que empieza a llover más y no tengo nada para cubrirme. Cada gota nace en lo más alto del cielo, es independiente, pero empieza a caer y a caer hasta que se desvanece cayendo a la acera como todas las demás y siendo una más. Pero la gota aguanta en el suelo, por mucho que la pisoteen espera a evaporarse y a volver a ser la más alta de todas las gotas una vez más. Pero las lágrimas salen de los ojos, caen por las mejillas, que se enrojecen, y se quedan con todos nuestros males en el asfalto mojado, hasta que desparecen y se convierten en gotas, en las gotas que te caen en los ojos por casualidad. Empieza a diluviar pero sigo sin prisas, aunque tengo frío y estoy empapa-da, es un momento único, estoy sola.
Sigo caminando helada, hoy no era el día más indicado para ponerse pantalones cortos y una camiseta de tirantes.
Oigo pisadas en el suelo, son rápidas y salpican. Alguien debe de estar corriendo hacia a su habitación, la verdad es que solo es agua, la necesitamos para vivir, y, sin embrago, huimos de ella cuando nos moja.

Oigo a alguien correr hacia mí pero antes de que me pueda girar a ver de quién se trata me envuelve una chaqueta.
-¿Qué mierda te pasa? ¿No ves que está diluviando?- me grita Ben intentando darme calor con su chaqueta.- Estás empapada.
-Tranquilo, solo es agua.- le digo quieta e intentando abrigarme con el calor de su chaqueta.
-Vas a acabar resfriada.- me dice.
-Voy a mi residencia.- le digo como si me hubiesen regañado.
-No, mejor vamos a la mía, está más cerca.- me dice tomándome por la cintura. Caminamos juntos, agarrados el uno al otro hasta que llegamos. Ben abre la puerta de la residencia y me invita a pasar con la mano. Entro y me lleva al salón de la residencia. Me quito mis zapatillas antes de entrar para no destrozar el parqué y las dejo en un lado del felpudo. El salón está vacío. Ben se acerca a la chimenea y la enciende con unas cerillas. Des-pués se quita la camiseta. Mi corazón se acelera.
-Eveline, pasa.- me dice. Entro y me acerco a la chimenea para calen-tarme.
-¿Quieres algo de comer?- me pregunta. ¿Qué? Hemos comido hace media hora.
-No.- le digo con la voz un poco ronca.
-¿Tienes frío?- me pregunta. Es muy considerado conmigo, y eso e gusta, pero no quiero que se moleste en mí.
-No.- le miento.
-Sí, si tienes, estás tiritando.- me dice sentándose junto a mí.
-Bueno, un poco.- le digo. Él me abraza para darme calor.
-¿Mejor?- me pregunta.
-Sí, pero podría estar mejor.- le digo lanzándole una indirecta para que me bese.
-¿Sí? ¿Cómo?- me pregunta. ¿No lo ha pillado? Es increíble. Des-pués me dice- ¿Así?- y me besa, yo le acaricio el pelo y apego su boca a la mía, no quiero que se separe de mí. Bajo mis manos hasta su cintura acariciando su espalda desnuda y dejando que él me acaricie el pelo a mí.
Al fin, tenemos un rato a solas.
Cuando nos separamos tengo la respiración acelerada. Quiero seguir, pero noto que si seguimos así llegaremos a algo más que besos y caricias. Me contengo y consigo que mi respiración y mis pulsaciones vuelvan a la normalidad. Ben hace lo mismo. Me da un beso corto y después se levanta y se va.
Me quedo sola en el suelo del salón de la residencia y noto frío, pero no tanto como cuando llegué, ya no estoy mojada.
Me levanto del suelo y me acerco a su camiseta para olerla. Me gusta su olor.
Vuelvo a dejar la camiseta de Ben donde estaba y salgo del salón a buscarlo. Me lo encuentro a mitad de camino, viene con dos jarras chocolate caliente. Me acerco y cojo una.
-¿No estamos en Verano?- le pregunto extrañada por el chocolate.
-Mañana acaba,- me dice- y mira como está el tiempo.- señala la ven-tana. Me acerco y observo la lluvia mientras sorbo el chocolate, observo los pavimentos mojados, las gotas cayendo por la ventana, resbalándose las unas con las otras e intentando entrar en la residencia, me siento refugi-ada, el salón de la residencia de Ben parece un lugar de lo más acogedor para pasar el Otoño y el Invierno.
-¿Cuándo crees que dejará de llover?- le pregunto volviendo con él.
-No lo sé, pero mientras tanto, nos tenemos el uno al otro.- me dice antes de besarme.
Dejo mi chocolate y el suyo en la una mesa y me tiro encima suya haciéndonos caer en el sofá.
Él me vuelve a besar agarrándome por la cin-tura. Siento su respiración e mi cuello. Cierro los ojos y me dejo llevar una vez más.
Al abrir los ojos ya no estoy con él, tengo una mata encima, sigo en la residencia de Ben, en el sofá donde cerré los ojos por última vez. Me quito la manta de encima y me levanto. Ya no se oye la lluvia.
Estoy descalza. Busco mis zapatillas por el salón pero no están allí, al rato recuerdo que las había dejado en el felpudo antes de entrar. Al ir a por ellas veo a Ben en el pasillo, él también me ve.
-Te quedaste dormida mientras, ya ves.- me explica al verme som-nolienta. Bostezo y después le digo.
-Debería irme a la residencia, es tarde.- le digo atándome los cor-dones de los zapatos.
-¿Quieres que te acompañe?- me pregunta. Me levanto con cansancio y le digo:
-No hace falta, ya me voy yo.
-Pero- empieza a decir antes de que cruce la puerta, no vuelvo para ver como termina su frase, no me hace falta, me puedo ir yo sola a la resi-dencia.
Al cabo de un rato noto frío así que aligero el paso, no sé porque antes he dejado que me cayese la lluvia y no he ido más rápido para no mojarme, ahora no le veo el sentido.




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