Desde siempre se han distinguido a las personas de las
otras criaturas vivientes. Se han distinguido las razas. Se han
distinguido las nacionalidades. Se han distinguido las religiones. Se
han distinguido los géneros. Se han distinguido las clases sociales. Se
ha distinguido todo. Hasta el punto de distinguirnos a nosotros mismos.
Esas distinciones son barreras, barreras que crecen
rápido en la mentalidad de una persona y que la hacen sentirse diferente
a otras cosas.
Pero las barreras crecen tanto y surgen tantas dentro de
ellas que terminamos diferenciándolos de todo, incluso de nosotros
mismos.
Trazamos una barrera que separa la parte de nosotros que realmente somos y la que queremos mostrar al mundo para gustar. Terminamos odiando nuestra parte real para poder gustar, y no acaba ahí, la barrera sigue creciendo, creciendo y creciendo haciendo que nuestro único objetivo sea convertirnos en la que gusta al exterior, en la que puede atravesar barreras mejorando su cárcel recubierta por miles de barreras.
Trazamos una barrera que separa la parte de nosotros que realmente somos y la que queremos mostrar al mundo para gustar. Terminamos odiando nuestra parte real para poder gustar, y no acaba ahí, la barrera sigue creciendo, creciendo y creciendo haciendo que nuestro único objetivo sea convertirnos en la que gusta al exterior, en la que puede atravesar barreras mejorando su cárcel recubierta por miles de barreras.